lunes, 11 de agosto de 2014

Los peces del lago

Entonces fue así, que de un día para el otro casi sin darme cuenta todo volvía al mismo lugar.
La abracé y lloré en silencio. No sabe cuánta falta me hizo y no se lo dije, nunca lo entendería.
El sol nos pegaba en la cara y mientras achinaba sus ojos confíe en que el calorcito ese le devolviera un pedacito del alma.
Por que ya no es la misma. Su cuerpo esta avejentado, lleva como un tatuaje las marcas del dolor y la tristeza.
Tiene la mirada perdida, entre el susto, la desolación y desesperanza. Sin embargo creo que va a poder. Bueno, qué puedo yo decir, si siempre he creído en ella.
Su dolor se me hace carne.
Sus relatos me convierten en asesina imaginaria.
Quisiera no saber tanto.
Y después de todo, el insomnio, este que me tiene queriendo escribir.
Y son y 54, que son sus años y los minutos que llevo acostada pensando que...
De un día para el otro, todo vuelve al mismo lugar.
Él dice escucharme, dice saber por intuición y yo le creo, porque también he creído siempre en él.
Por eso me enojo. Porque en estos meses en que ambos estuvieron ausentes, me hicieron falta. En distinta forma, claramente. Pero a los dos los quise conmigo.
Y cuando aprendí a  vivir sin esperarlo y con la ausencia de ella, aparecen como si el tiempo no hubiera pasado.

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